Adolfo tiene una frutería en el centro de la ciudad, pero las cosas no van como desearía. La apertura de un supermercado de capital internacional le ha hecho perder clientela y estar cerca de la ruina. Además, compró años atrás un modesto piso en las afueras en el lugar equivocado y en el momento equivocado (España, Siglo XXI) del que ahora le quieren desahuciar. Ante esta situación, a Adolfo no le queda más remedio que acudir a “la cláusula” del seguro de la frutería, esa letra pequeña que le permitirá cobrar el dinero necesario para salvar la propiedad de su casa y, con ello, el futuro de su familia. ¿Y en qué consiste esa cláusula? Es muy sencillo, basta con que alguien, mientras Adolfo está trabajando en la frutería… lo mate.
Notas. / Notes on the piece.
La cláusula es mi obra más negra y absurda. Es una comedia sobre el capitalismo, la crisis económica y la sociedad en la que vivimos contada desde un humor descarnado. Dos personajes con mismo destino se encuentran y se desafían, se odian y al tiempo empatizan. Quieren prescindir el uno del otro y, al tiempo, se necesitan.
Comencé mi carrera como dramaturgo en el año 2012. Ese año escribí mi primer texto dramático que tuve la fortuna de que fuera premiado y publicado. Desde entonces, he seguido escribiendo teatro con la asiduidad de las peores y mejores adicciones. Debido a que mi formación era en narrativa y guion, durante tiempo tuve la sensación de que cuando escribía teatro estaba adentrándome en una casa a la que no había sido invitado. Solo el paso de los años, las publicaciones y representaciones han conseguido mitigar, que no aplacar, esta sensación de impostura. Sigo trabajando en ello.
Escritura. / Style.
En mis obras suele haber exactamente lo contrario de lo que me propongo. Es como si una fuerza primigenia que emanara del propio texto lo llevara allá por donde desea al margen de mis intenciones. He escrito dramas disfrazados de comedia y comedias que solo se sustentaban en el andamiaje del drama. En mis obras más críticas hay una aparente sensación de superficialidad y en los textos más livianos el lector o espectador descubre al final que el lodo le llega por las rodillas. Esa tensión, esa contradicción, está en mi dramaturgia, la sensación perenne de tratar de escapar de mis obsesiones, de tratar de borrar mis propias huellas en cada nueva obra y terminar, casi siempre, en el mismo lugar en el que comencé porque acabo haciendo exactamente lo contrario de lo que me propongo... como en este texto.