Es el cumpleaños de Blanca, y Blanca se va de juerga y prueba las drogas por primera vez. Cuando vuelve a casa, por la mañana, se entera de que su madre ha descubierto en el suelo de su casa una mancha con forma de rostro humano; del rostro de su hermana, Rocío, que desapareció cinco años atrás, sin dejar rastro, después de irse a la cama. Los medios encontrarán en este acontecimiento un filón televisivo; la comunidad científica, una pantomima para sacar dinero; el círculo de la parapsicología y teosofía, la respuesta que estaban esperando. ¿Y la familia? ¿Cómo sobrellevar una vida que te ha dejado sentimentalmente deforme? ¿O ya lo eras? ¿No lo somos todos?
Notas. / Notes on the piece.
Con esta obra quiero hablar del duelo, de la pérdida y de la fe; de la vida que queda por delante cuando alguien se marcha, los que le quieren se quedan, y no hay respuestas. Porque, aún más difícil que cerrar los ojos, es mantenerlos abiertos contemplando un paisaje vacío y aterrador. Mis fuentes de inspiración son: los casos de desaparición de mujeres como Gloria Martínez, Cristina Bergua o Marta del Castillo, cuyos cuerpos nunca se encontraron y cuyas familias no pueden cerrar la herida, y el fenómeno de “Las caras de Bélmez”, ocurrido en 1971 en Bélmez de la Moraleda, considerado a partes iguales a caballo entre un hito de lo paranormal y un fraude absoluto. ¿Cómo podemos juzgar las respuestas lenitivas que cada uno le damos al dolor? ¿Cómo, si se nos llena la boca hablando de la verdad, pero ni siquiera la entendemos? ¿Cómo, si la razón no ha sido capaz de demostrar qué hacemos aquí, o qué ocurre cuando te mueres? Este réquiem –en latín, descanso– es por los vivos.
«Me gradué en Dramaturgia y Dirección de Escena en la Real Escuela Superior de Arte Dramático. También me formé en Técnicas Cinematográficas en CES. He tenido grandes maestros, como Montxo Armendáriz, Yolanda Pallín, Itziar Pascual, Pablo Remón, Ignacio García May o Carlos Rod. Salté de la dramaturgia al guion y ahora tengo dos barcos. Shakespeare me enseñó que no hay grandes verdades, que todo está dicho ya, y con Dostoievski aprendí que tenemos miedo a la muerte, pero por encima está la culpa, y solo por encima, el miedo a que no nos quieran. Chejov me enseñó a callar; Kaufman a romper las fortalezas intelectuales del yo; con Wilder comprendí la empatía y entendí que la vida es sufrimiento, pero que hay que vivirla.» (Ana de Vera).
Escritura. / Style.
«No vale el dolor tanta literatura. Escribo porque es un desafío a mi percepción de las cosas. Me obliga a pensar en colectivo, a hallar la universalidad en lo específico. El teatro es la forma de recordarme a mí misma que la belleza y la derrota habitan calmadamente en el alma humana. La escritura me aleja del yo, me enseña que todo es más grande, me ayuda a entender la irrealidad del mundo.» (Ana de Vera).